Sal Charcutería #94 - Persiguiendo la Euforia

Y me muero por tener las sensaciones de antes
Y todo esto es una parte de mi demasiado importante
Y algunas de esas sombras me enseñaron
A agarrar impulso para salir adelante
— Leiva - Leivinha

Ese mango perfecto. Dulce, suculento, suave y aromático. Lo suficientemente turgente para ameritar masticarlo, pero no tan duro como para causar incomodidad. Tan jugoso que deja un hilo de dulzura llegar a la barbilla, y la gota resultante nos mancha la camisa. La dopamina y las endorfinas se vuelven inevitables, y te inunda el placer. Provoca euforia. Luego, buscamos repetir esa sensación.

Si se dan las condiciones, tendremos unos diez días al año en que podemos acceder a ese mango. La fruta estará disponible menos del 3% de nuestros días, si tenemos la suerte de estar en el lugar correcto.

¿Y el resto del tiempo? Estaremos persiguiendo la euforia. Como adictos, cualquier alimento relacionado con esta fruta será una pálida imitación: jugos, dulces, helados, pasteles, licuados, jaleas y frescos. Todos un débil equivalente para intentar revivir la explosión de hormonas que recibimos aquella vez que probamos el mango perfecto.

Nos pasamos el 97% del tiempo restante persiguiendo la euforia y tratando de revivir ese momento. Pasa con otras comidas, y pasa con otras cosas en la vida.

Con los años, he ido aprendiendo a no aceptar sustitutos. Salmón, atún y otros mariscos; tomate, duraznos, fresas y otras frutas. Estos son algunos de los alimentos que prefiero dejar para cuando las condiciones y la geografía lo permitan. Olvidar la satisfacción inmediata y buscar la real. Tener paciencia y, cuando llegue el momento, disfrutarlo de verdad.

Cuando empezamos Sal Charcutería, hablaba mucho del poder de lo efímero en la gastronomía, máxima que sigue siendo parte de nosotros. Pero, al mismo tiempo, pienso en la belleza de la espera y de la lentitud, en la singularidad de la casualidad y en la riqueza de la temporalidad. No solo buscar la frescura, sino volverla imperativa en todo sentido. Tener suficiente pasión por el producto como para respetarse a uno mismo al comerlo. Así vivíamos antes. Así deberíamos vivir ahora.

Sin miedo a exagerar, por lo menos el 90% de la gastronomía es placer y el 10% es nutrición. ¿Por qué deberíamos conformarnos con menos cuando se trata de placer?

Vivamos cientos de pequeñas euforias, dejando que la casualidad y la temporalidad nos lleven de la mano.

Hace un par de días me comí el mejor plato de crawfish que he probado en mi vida, y solo fue posible porque todos los factores anteriores coincidieron: llegar a Lafayette, Nueva Orleans, en plena temporada; encontrar un restaurante con su propia producción para asegurar frescura; que utiliza sazón y métodos de cocción adecuadamente escogidos. Para un crustáceo que crece en aguas estancadas y sucias, nunca había sentido sabores tan frescos al comerlo. Tal vez cada uno de los elementos no fue perfecto individualmente, pero la combinación lo fue.

¿Será fácil repetirlo? Lo dudo sobremanera.

Frustrante sería perseguir la euforia. Reconfortante es vivir el recuerdo.

Hoy en día, la segunda ha pasado a ser mi elección. Y no hablo solo de comida.

Peter Meng Sapper

Mayo 2024

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